Ante las recientes reformas informadas por el MINEDUC, las Académicas y los Académicos, formadores de formadores, del Departamento de Historia y Geografía de la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación manifiestan:
Nos hemos visto sorprendidos por una medida que nos parece poco informada, inconsulta, parcial y sin asidero empírico.
La reducción de las horas de enseñanza de historia y ciencias sociales –vistas, al parecer, como menos “útiles”, y por ende prescindibles, por las autoridades educacionales— acompaña un debilitamiento de la comprensión de la historia por parte de la cultura actual, mediáticamente condicionada. La destemporalización en la comprensión de la realidad significa que sólo el presente “inmediato” es significativo. Resulta, por lo mismo, desvalorizado todo pasado, próximo o lejano, y la idea de continuidad –y su correlato necesario, la del cambio— son así incomprensibles. La dimensión temporal del ser humano es desconocida, o negada, al concebirse un individuo “instantáneo”, igual a sí mismo y plano, sin profundidad en el tiempo—por ende sin raíces y también sin futuro.
A su vez, la disminución de las horas del sector Historia, Geografía y Ciencias Sociales profundiza, de manera correspondiente, la crisis experimentada ya por la geografía hace algún tiempo atrás y que redujo, en el marco de la reforma curricular asociada a objetivos fundamentales y contenidos mínimos, la representación de la geografía en el currículo escolar. Hoy el relato de la aespacialidad de las dinámicas económicas y sociales hace de la geografía un saber también prescindible. El espacio se nos enseña como “algo” que es ajeno a los individuos y a la sociedad, inmutable, estático y neutro. Lo instantáneo ha sumido a las personas en una verdadera miopía territorial, y paradojalmente, el mundo global es más conocido que la propia realidad local.
Pero no se trata sólo de “horas de historia y ciencias sociales” sino de cómo esas horas están integradas a aquellas de lenguaje y literatura, artes plásticas y música, ciencias y matemáticas, filosofía y educación física, entre otras. La experiencia educativa no sólo conduce a verificar “resultados por asignatura”, sino es un tejido que, desde los distintos cursos y profesores, resulta de una integración.
La reforma que se pretende imponer contrasta, sin duda, con las responsabilidades que sociedades más desarrolladas que la nuestra han atribuido al sector Historia, Geografía, y Ciencias Sociales en el proceso de formación escolar, y que dicen relación con el desarrollo de competencias específicas para convivir y habitar en un mundo cada vez más complejo, masivo e interconectado. Parafraseando a Pilar Benjeam, estas deben educar en la participación, ayudar al educando a respetar la dignidad de sí mismo y de los demás; a identificar, comprender y valorar los rasgos distintivos y plurales de las comunidades; a conservar y valorar la herencia natural y cultural que hemos recibido como legado. Es responsabilidad de este sector de aprendizaje desarrollar el conocimiento y la comprensión de cómo se han gestado y organizado las sociedades en el pasado y en el presente (considerando espacio y tiempo), así como priorizar aquellos contenidos de las ciencias sociales que se consideran fundamentales para que los alumnos y alumnas crezcan como personas que se han de incorporar a sociedades democráticas, en las que deberán actuar con espíritu crítico y reflexivo e imbuidos de valores humanistas (dimensión ciudadana).
Pero las recientes medidas del Ministerio también desconocen, de manera flagrante, los propios fines del currículum chileno vigente, que pretende erguirse como un currículum para la vida, orientado al desarrollo de competencias que son relevantes para el desenvolvimiento personal, social y laboral de los sujetos en la sociedad actual y que definen:
-Aprendizajes que buscan contribuir simultáneamente a los propósitos del desarrollo personal pleno, libre y creativo, y del desarrollo equitativo, sustentable y eficiente del país.
-Aprendizajes que promueven la formación ciudadana de los alumnos y alumnas para que participen activamente de la sociedad democrática.
-Aprendizajes que apoyan la inserción de los alumnos y alumnas en un mundo globalizado, de modo complementario al reforzamiento de la identidad nacional.
Todo lo anterior sumado a que, a diferencia de lo señalado por los representantes del MINEDUC, el área de Ciencias Sociales es prioritaria para el desarrollo del pensamiento social que conlleva la formación de habilidades de pensamiento lógico y lecto-escritura de nivel superior. En efecto, el desarrollo del lenguaje no se produce por etapas aisladas, sino convergentes. No se aprende a leer y escribir en el vacío de una “técnica lecto-escritora”, sino en situación de escucha, conversación o lectura de textos de diverso género. Una gramática vacía de estas experiencias puede terminar en aprendizajes meramente formales, informativos, vacíos de emoción, e imaginación creadora.
Es preciso que, como país, asumamos de una vez por todas, y con seriedad, la reforma de la educación, más allá de objetivos cortoplacistas impregnados de coyunturalismo y reduccionismo. Es responsabilidad del Estado –apoyado en todos los actores sociales comprometidos con la educación (gobierno y autoridades ministeriales, profesores del sistema, entidades formadoras de docentes, expertos, padres y estudiantes) dar una solución definitiva a una crisis de la educación que a estas alturas se hace apremiante y vergonzosa.
Hoy, lejos de soluciones, las innumerables reformas vividas por el sistema educacional en el último tiempo han probado ser, en el mejor de los casos insustanciales, o decididamente equivocadas, en tanto han probado ser incapaces de resolver, ni siquiera parcialmente, las múltiples deficiencias que el sistema exhibe. Entendemos que es preciso ir a la raíz del problema. A nuestro juicio, las causas del poco éxito alcanzado por estas reformas periódicas han estado influidas por una escasa visión crítica del modelo educacional en su conjunto, y porque el objetivo de mejoramiento de la calidad y equidad de la educación ha estado marcado por la copia de modelos y la improvisación.
Si bien es loable cualquier intento de mejorar la calidad de la educación a través de la reproducción de mejores prácticas extraídas de las experiencias de otros países, no es legítima la apropiación de estas en tanto las condiciones estructurales en que se da el proceso formativo en ellos no asemejan aquellas que existen en nuestro país. La existencia, por un lado, de baja inversión en educación, de profesores mal pagados y sometidos a la volubilidad y exigencias del mercado ocupacional docente –a cargo de aulas sobre pobladas y sin recursos de aprendizaje—y de otro, la presencia de educandos que adolecen de la falta de capital social e intelectual, sometidos como están, muchos de ellos, a una situación de déficit familiar, pobreza y vulnerabilidad, no puede compensarse ni con la aplicación de modelos foráneos, ni con la cesión de becas para estudiar una profesión social y económicamente depreciada, ni menos con la reasignación de horas en el currículo escolar cuyo retorno en términos de mayores logros de aprendizaje es impredecible. Esto representa, más que una revolución en educación, una flagrante improvisación y una amenaza al perfil de ciudadano que este país requiere.
Académicas y Académicos del Departamento de Historia y Geografía
SANTIAGO, 22 de noviembre de 2010